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 | Por Cristina Sullivan

Theotokos: la que da luz a Dios

No sé si has tenido la misma duda que yo acerca de la oración del Ave María: Sabía que la primera parte de la oración es extraída de las Escrituras, combinando el saludo del arcángel Gabriel durante la Encarnación y el saludo de Santa Isabel al recibir a María durante la visitación. Pero ¿dónde y cuándo surge la segunda parte del Ave María?

En el año 431, se celebró un Concilio en Éfeso (ciudad donde la Virgen María pasó sus últimos años) porque se puso en duda el hecho de que María fuera la madre de Dios. Allí, los 200 obispos que había en ese momento, iluminados por el Espíritu Santo declararon que “la Virgen Santa María sí es madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Al mismo tiempo, toda la ciudad se reunió con antorchas y se formó una procesión que repetía en coro: “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Desde ese momento repetimos las mismas palabras que conforman la segunda parte del Ave María.

“Santa María, Madre de Dios” es la primera fiesta mariana de la Iglesia occidental y su celebración comenzó en el siglo 6to cuando se dedicó al templo de “Santa María Antiqua” en Roma, una de las primeras iglesias del sacro imperio romano. Sin embargo, antes de este suceso, los primeros cristianos celebraban la memoria de la Madre de Dios y esto se constata por las numerosas pinturas halladas en las catacumbas con el nombre de Theotokos, que significa “Madre de Dios”. Hoy en día, esta fiesta tiene la máxima categoría litúrgica de solemnidad y la celebramos el 1ro de enero, para que, como Iglesia, comencemos el año bajo la protección y el amparo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra.

Nadie en la historia ha conocido mejor el corazón y la persona de Cristo que la Virgen María porque ¿quién conoce mejor a una persona que su propia madre? Esta solemnidad nos recuerda que María no sólo fue la que dio a luz a Dios, sino que sigue alumbrando nuestras almas, mentes y corazones para que conozcamos a profundidad quién es el Señor. Como dice el refrán: “No se ama lo que no se conoce”, y sólo mediante el conocimiento y acercamiento a la persona de Cristo podremos amarlo completamente. Entonces, lograremos abandonarnos a la voluntad y providencia divinas. El fiat de la Madre de Dios, su entrega absoluta en el momento de la Encarnación, la ha convertido en el ejemplo a seguir por todo cristiano que busca alcanzar la verdadera santidad: cumplir la voluntad de Dios. 

Abracemos la enorme bendición que significa ser hijos e hijas de la madre de Dios, y celebremos esta fiesta con el corazón dispuesto a dejarse iluminar por su ejemplo y presencia. Empecemos este año queriendo crecer y ahondar en nuestra dignidad de ser hermanos de Cristo, en la realidad de ser hijos e hijas de Dios y de la Virgen María.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.